jueves, marzo 30, 2006

El susurro

Cuando te susurro
me enlentesco como la libélula fría
por los aires,
soplo tu cáscara mortuoria
hacia los infiernos con mis cascabeles
y se retuercen tus nudos ácidos
en mis ojos fluorescentes.


Te llevo al infierno
como la loba imposta,
hacia silencios y ayunos
de células afasias
que cruzan palabras,
bordes indóciles,
instintos de odio a la intemperie.

Porque hay huellas,
siete estancos
acampando en venas
y callejones luminosos ,
ladrándole a esquinas por comida.
Debo envejecer
estos deslices húmedos de cruzamientos de perros,
fiebres majaderas en cruces cristianas
y hacerme de vírgenes plásticas bajo faldas.


Hacerme de signos crudos
en la lenta tetilla que endurece
el fuego floral
de los cuerpos jóvenes.

El siguiente paso es la cárcel,
la codicia insana
descifrada en escrituras y en susurros:
la indolencia.

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