jueves, julio 19, 2018

Cuento II



Jack es un banquero de la ciudad de New York. Ciudad en la que transcurren personas sin identidad. La mayor parte del tiempo, se ven escenas de gente atareada, que corre energéticamente por lugares comunes: El correo, las cafeterías y el cine. A Jack le divierte pensar que un día llegará a ser el banquero más reconocido de la ciudad, y cada cierto tiempo, lee periódicos simulando encontrarse con portadas que lo anuncien con una fotografía, es por ello, que ha apreciado vestir de traje y seguir rituales para que su imagen se presente adecuadamente. Cada cierto tiempo, piensa en sí mismo, pero este proceso le resulta asfixiante ya que interrumpe su rutina, generándole sensación de vacío. Mareo, taquicardia, impaciencia que aplasta con la nicotina del tabaco. Síntomas que le aletargan el pensamiento, sensaciones que ha venido experimentando desde su cambio. Cuando lo trasladaron a esta gran ciudad, pensaba en números, y ahora que maneja con exactitud sus gestiones contables, no ha logrado hacer nuevas lecturas de la realidad. Por lo que día a día ha soñado con imágenes de claridad y luz, viéndose a si mismo sumergido en la playa, escuchando olas que chocan con las rocas. Ha pensado que sería buena idea viajar, pero en la prontitud, evitará hacerlo para interrumpir diálogos que ha tenido pendientes con su consciencia. Durante los domingos y dado que el descanso es obligatorio, en un sentido práctico, debiendo cerrar cafeterías y lugares de entretenimiento, se ha dedicado a realizar análisis financieros, estimaciones de nuevas tendencias, ideando formas de control mental, que se han expresado obsesivamente en la aspiración de cigarrillo. Cada cierto tiempo, pasea sin rumbo, y recoge colillas del piso de su departamento, para no sentirse tan miserable, o acude al cementerio a ver muertos que no conoce, para memorizar apellidos influyentes, da propinas a los niños que acarrean agua y respira profundamente. Le gustaría hacer algo por el mundo, invertirlo, sacudirlo, para evitar la miseria, pero es en ella, en quien ha encontrado un espacio de utilidad. Y piensa en que la consistencia de la vida radica allí, justamente en los extremos, por lo que se hace necesario vivir según las circunstancias, en la que la soledad a veces resulta una elección o un destino. Así se duerme, contando incansablemente cifras que parecen infinitas, a las que jamás tendrá acceso. De lunes a viernes, genera una alarma control, y realiza acciones mecánicas hasta las diez, momento en el que acude a la cafetería cercana y pide un café de grano, en ella, se detiene minutos incontables a observar cientos de masas dulces, lo hace igualmente calculando alzas de precios y números de ventas, hasta que decide una, la misma que elige todos los días. Le gusta pensar en las posibilidades de elección, y en las posibilidades de azar que surgirían, si un día su elección no estuviese disponible, aunque esta seria improbable dado el manejo logístico, situación que lo llevaría a consultar por otra alternativa pero que sabe que tiene poca probabilidad de ocurrencia. En el mesón de esta cafetería, atienden tres mujeres, una de edad media, otra mayor y una joven, cada una se encarga de actividades diferentes, pero al aumentar los clientes, la jovencita reparte funciones y se encarga de atraer la compra de nuevos productos, ofreciendo pequeñas muestras y una grata sonrisa, está al pendiente del sonido de la mampara cada vez que se abre, ella memoriza fisiológicamente a los clientes. Generando un estimado de los productos favoritos de venta. Como ha llegado recientemente a la ciudad, todo le ha parecido novedoso, atrayente, aprovechando esta de realizar observaciones milimétricas, profundas, acuciosas de la personalidad de cada una de las personas que son frecuentes. Haciendo inferencias de sus hábitos, costumbres, gesticulaciones y profesiones. Consecuentemente consultando a los más antiguos del lugar si ello tiene concordancia con sus roles ejercidos, en los que realmente es asertiva. A diferencia de Jack, Helen, ha encontrado en esta nueva forma de vida, alejada, un espacio ideal de sobrevivencia, dándose espacio de eliminar prejuicios antiguos, que le habían sido interpuestos por crianza. Primero utilidad en si misma y luego utilidad emotiva para permitirse construir nuevos espacios de libertad, los que han comenzado con nuevos rituales, como le gusta la pintura y la creación, ha decidido comprar acuarelas, pinceles, atriles, y pintar como una forma de fusionar colores y texturas a sus nuevas emociones, sabe que serviría también pintar los rostros que ha observado y darles forma artística. Durante meses, en los que se ha interiorizado en la escena de esta ciudad, ha utilizado su efectividad y asertividad, para inferir las vidas de los clientes. Piensa que Jack siendo un asiduo y un calculador innato ha notado un crecimiento de ventas y una innovación de estrategias y le preocupa la posibilidad de que exista un traslado de local, estimando los tiempos que le tomaría llegar hasta el, o ha pensado en la posibilidad de influir en los empresarios para generar crédito para su compra, sabe que le gusta la familiaridad del lugar y la forma en que es recibido, le da un espacio de contención mental...como si dentro de la mampara, el tiempo se enlenteciera, y pudiese apreciar detalles distintos, esenciales, luminosos, como la sonrisa matutina ofrecida a los clientes. Sabe que este se pregunta día a día si se encontrara sola, en la ciudad o si tendrá un marido panadero o si le gustara el servicio religioso, sin poder descifrarlo. Y ello le resulta un buen material para realizar el cuadro de acuarela. De él le atraen sus manos, y sus gestos impacientes… le resulta interesante su batalla constante de personajes, incomunicables entre sí, que se encargara de trasladar hasta su lienzo. Si Jack hubiese tenido otra vida, seguramente, habría muerto forzosamente, por lo que su naturalidad y consecuencias de actos, le resultaba caricaturesco y ello le daba prioridad de retratarlo, medianamente forzado y ambivalente. Helen, lo dibujo en su lienzo, en una playa en invierno, con los pies descalzos, tocando una caracola, con una sonrisa mediana, apartando en el espacio del sol un reloj de cuerdas, que contenía una cadena hasta el comienzo del agua.

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