lunes, julio 09, 2018

No hay líneas de tiempo...

El silencio atravesó los rincones de su casa invadiendo su mente, su mente que viajaba por la música y se habitaba. A ratos un sonido quejumbroso aún no descifrado los había atemorizado, dejando en la habitación una sensación de parálisis del tiempo que se unió al sonido expuesto de las paredes. Parecía ser un añadido para dar prestancia al carácter de los cuerpos ahusados en el sillón.
Juntos acordaron experimentar por primera vez un encuentro terrenal, sin cuestionarse el orden y las explicaciones ordinarias, sus objetivos tan difusos no tenían explicación unidireccional, quizás tendientes al reconocimiento y en cierto modo, también a la aceptación del código único que los habitaba. En ella el miedo servía como vehículo, y gracias a él, se dispuso a un encuentro que de no ser por las líneas trazadas, hubiese cambiado radicalmente la secuencia del guión y la escenografía necesaria para dar soporte a la vida como para establecer nuevos códigos.

La escenografía era justo como se había imaginado en sueños, parecía tener como función la distracción conjunta. Era tal como su intuición había definido, por lo que en poco tiempo adoptó forma y se organizó mentalmente en cuatro puntos: entrada y salida. Arriba y abajo.
En él, la presencia de ella adoptó forma de secuencia que pudo presagiar se asimilaba a forma de inicio o primer capítulo. Por lo que escribió como título: "no hay líneas de tiempo". Después de olerse y habitarse como nuevas especies y atisbar sonrisas sus manos dibujaron un mundo en la habitación: colores y texturas de cuadro cubista; escenas imposibles de digerir por las almas insensibles. Ella se dispuso a mirar más allá de las líneas del metraje del cuadro y atesoro en sus manos su infancia y las voces del silencio le advirtieron que podría viajar para reconocer aquella alma y ajustarla a sus deseos de engranaje con su propia historia recreada. Se sintió obligaba a recorrer en su propia debilidad para hacer presente que las líneas del tiempo, eran el primer capítulo que debía enmudecer de su propia conciencia. No era necesario dar explicaciones a los encuentros de la vida, cuando no desean perseguir un fin. Dado que había descubierto en él, tanto orden atemporal, quiso aprender a observarlo, aprehenderlo, sin tener aún definido un método, que tampoco sabía si era necesario.

Él por su parte, se encargó de acomodarla en su olfato, sintiendo que podía hacer un encuadre a su juventud. Ambos sin hablarse, disfrutando del silencio y concibiendo la palabra y el imaginario de "atemporalidad", se auto retrataron y ensayaron el amor hasta establecer diálogos sobre la vida, intercambiando a ratos teorías, impresiones y/o observaciones con intensidad o cuestionamiento.
Él con sabiduría, con la seguridad de que la sorpresa es necesaria para dar ruta al descubrimiento y ella con la benevolencia de que nada estará escrito por completo.
En la advertencia del guión y sus elementos, como cuadro escenográfico se sintió unida a su biografía, establecieron rituales en la textura de la piel y en la inmortalidad de los pensamientos, comunicándose sin palabras, adhiriendo a la simbiosis como dos hermanos que se encontraban unidos desde la carne, dirigidos en la misma órbita, comprendiendo que en sus mentes existía un diálogo imposible de ser interpretado.

Su código estaba procesado como un timbre de agua. Eran invisibles para la humanidad, como invisibles a su orden común, su amor era el mediodía y noche. Su amor era una yuxtaposición a las leyes del tiempo.
Se reconocían en escenas aunque no en impresiones. Los destinos los situaban en la misma posición, eran impenetrables en sus sinfonías, infinitos para la numeración de encuadres, que situadas en distintos planos, los haría suponer la eternidad.

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